Correo electrónico para amantes

Fragmento de novela por Beatriz Salcedo-Strumpf

Llamé todo el día a Angélica y el auricular continuaba ocupado. Seguramente dejó el teléfono descolgado. Así transcurrieron tres días. El cuarto día volví a llamar y por fin contestó. Se disculpó mintiéndome que se había ido con su padre a las Cataratas del Nágara y acaba de regresar. Ahora sí que me sacaba de mis casillas.

Quedamos de vernos en el centro comercial para darle información sobre mi próximo viaje a Guadalajara. Llegué puntual como es mi costumbre y ella impuntual como es la suya. De modo que devoré una hamburguesa previamente. Evitaba desmayarme de inanición.

La noté ¡tan rara! No era ella. Fingía todo. Le pedí una explicación.

-Dime, Angélica, ¿hice o comenté algo que te molestó?, le imploré.

-No Mila, ¿cómo crees? Simplemente me encuentro tan nerviosa con mi relación con Antonio.

-¿Sabes que cesó de escribirme?, -acerté con una voz como si la culpase. Ella bien sabía que Antonio dejo de escribirme porque fue con el chisme de Mina y aquél pendejo le convino creerse todo.

-Angélica por favor, dime la verdad. ¿Le comentaste a Antonio lo que te confié sobre Mina?

-Mila, ¿cómo crees?

Sabía que mentía y que había manipulado a Antonio para que dejara de escribirme.

Angélica me pidió que la ayudara a mudarse a un apartamento más pequeño. Le expliqué que ese día no podía, pero el viernes sí. Me dijo que me llamaría y no lo hizo. Yo la telefoné varias veces y le dejé innumerables recados en la contestadora. Jamás los respondió. Me encontraba una vez más extraviada en un bosque de conjeturas. Era obvio que Angélica había planeado tan bien todo. Primero manipuló a Antonio para que rompiera la comunicación conmigo y el tonto por complacerla y convenirle, accedió. A la vez esto le iba a permitir dejar una ventana abierta  con su “ex” en caso de que le fuera mal con Antonio o que sé yo. Además era esencial que nadie supiera de sus andanzas y romances por esta zona. Me dolía aceptar de que Angélica fuese capaz  de tanta perversidad. Pensé que esto sólo acontecía en las telenovelas. Claramente no. Y por desgracia no era una pesadilla.

Una vez más la música me acompaña en lo más hondo de mi ser. Mi estado de ánimo refleja exactamente lo que canta Simon y Garfunkel con su canción: I am a rock./ Soy una roca.

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